La Tierra es una enorme bola de roca fundida con un núcleo tan caliente como la superficie del Sol. El calor de su nacimiento y desintegración radiactiva crea una inmensa energía que sube a la superficie. La corteza terrestre actúa como una barrera frágil, pero fuerzas poderosas como los supervolcanes pueden atravesarla. Los volcanes se encuentran en los límites de las placas tectónicas, donde chocan o se deslizan entre sí. El plato ganador crea montañas, mientras que el perdedor se hunde en el manto caliente. Los volcanes también pueden formarse a partir de penachos del manto, columnas de roca caliente que se elevan desde el núcleo hasta la superficie.
Las erupciones volcánicas se miden según el Índice de Explosividad Volcánica (VEI), que clasifica su volumen. Las erupciones más pequeñas (VEI 2-3) pueden causar devastación, mientras que las erupciones más grandes (VEI 6-7) pueden tener impactos globales, cambiando el clima y provocando hambrunas. Los supervolcanes son diferentes, ya que acumulan presión en colosales depósitos de magma durante cientos de miles de años. Cuando entran en erupción, liberan inmensas cantidades de gas y cenizas, impactando a todo el planeta. Sin embargo, estas erupciones son raras y no representan una amenaza inminente para la humanidad.
Si bien los supervolcanes captan nuestra atención, las erupciones más pequeñas pero más frecuentes aún pueden causar daños graves. Monitorear los cambios en los depósitos de magma puede proporcionar alertas tempranas y ayudar a salvar vidas. Además, aprovechar la energía geotérmica de los depósitos de magma podría convertirlos en un recurso beneficioso. Al comprender la ciencia detrás de los desastres naturales, podemos prepararnos y mitigar mejor sus impactos.